Gracia común y maldición común

Por Guillermo Green

En la misericordia de Dios, pude someterme a una operación de cadera, en la cual el médico corta todo el hueso de mi cadera gastada, y la reemplaza con una prótesis de titanio y nylon de alta densidad.  Doce horas después de cirugía estaba caminando con muy poco dolor, y escribo esto 10 días después de la operación.  Estoy casi llevando una vida normal.  Increíble.

Mientras reposaba en el hospital con tan poco dolor y tan excelentes resultados, meditaba en el significado teológico de lo que me acababa de acontecer.  Sabemos por la Biblia que las caderas defectuosas, el dolor, y finalmente la muerte – son el fruto justo de la condenación de Dios sobre nuestro pecado.  Cuando Dios maldijo la tierra, al hombre y a la mujer, Dios “sujetó a vanidad” toda la creación (Romanos 8:20), y en especial, a la raza humana.  El dolor, la enfermedad y la muerte son recordatorios justos de nuestra condición de rebeldes y pecadores.  Juan Calvino suele decir que debemos sobrellevar las penas de esta vida sin reprochar a Dios, sabiendo que merecemos el mismo infierno.  Todo don y beneficio que obtenemos aquí es misericordia sobre misericordia.

Por supuesto que este enfoque de las cosas contradice toda corriente moderna que deifica al hombre.  El hombre moderno, creyéndose dios, o parte de dios, continúa afirmando que “merece” lo mejor.  La realidad es exactamente lo contrario.  Merecemos el infierno.  Si tenemos vida, tan siquiera, es misericordia.

Pero, ¿cómo debemos interpretar una cadera nueva, que alivia mi dolor y me permite obtener un mejor nivel de vida?  ¿Cómo explicar que Dios mismo permita que el hombre hoy combata la misma maldición de Dios?  Porque al pensarlo bien, Dios ha permitido que la medicina moderna eche atrás la maldición que Dios mismo impuso.  ¡Cosa tremenda esto!  En mi lecho hospitalario meditaba en esto, y creo que podemos llegar a por lo menos dos conclusiones.

1)  Ante los avances increíbles de la medicina moderna, los cristianos estamos conscientes que es Dios quien lo está permitiendo.  Pero los hombres incrédulos no le dan la gloria a Dios.  Ante tal magnitud de ingratitud, sólo podemos concluir que estas personas están acumulando aún más condenación ante el Creador.  Dios en su misericordia permite que los hombres impíos minimicen la maldición que merecen.  Pero el impío se gloría en sí mismo, en lugar de reconocer humildemente que es Dios que lo está otorgando.  Lamentablemente, los maravillosos logros en medicina sólo están acumulando mayor condenación para aquellos que los usen sin darle la gloria al Creador.

2) Para los cristianos que aprovechamos los beneficios extraordinarios de la gracia común, debe provocar en nostros un profundo sentido de gratitud y humildad.  Hace tan solo cincuenta años o menos, mi condición habría sido la de quedarme sentado el resto de mi vida en una mecedora, soportando dolores cada día más fuertes.  Dios ha permitido técnicas que no sólo alivian el dolor, sino que permiten una vida renovada de actividad.  Todo esto debe servir para provocar gratitud, humildad, y el propósito de servir a nuestro Dios con renovadas ganas.

En muchas ocasiones las personas expresan maravilla ante la “medicina moderna”, y con justa razón.  Cada día escuchamos de avances que asombran.  O experimentamos en carne propia estos beneficios.  Pero el verdadero asombro debe ser reservado para Dios.  Dios está permitiendo que los hombres – pecadores – amortiguen y venzan la maldición común sobre la tierra.  Merecemos castigo y muerte.  Dios permite alivio y vida.  ¡La verdadera maravilla!  Estamos viviendo momentos en que la “gracia común” de Dios triunfa sobre la “maldición común”.  No perdamos la oportunidad de aprovechar esto en exhortar a todos a reconocer la gracia de Dios, manifestada de forma suprema en su Hijo, Jesucristo.

Y los que somos beneficiarios de la medicina moderna, que incluye casi todos los que leerán esto, no olvidemos de darle la gloria al verdadero Dador de la medicina: Dios.

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